foto: Abuela con algunos nietos y nietas cuando eramos chiquitos
Mi familia es la típica familia antioqueña (De Antioquia-Colombia), compuesta por mi abuelo, Don Gonzalo Mesa y mi Abuela, Doña Maruja Sierra, y de estos dos se origina una gran descendencia: 15 hijos, 32 nietos y casi 15 bisnietos... pongo puntos suspensivos porque la verdad ya perdí la cuenta.
En mi típica familia antioqueña, las mujeres son quienes tienen la primera y la última palabra tanto en la mesa como a la hora de decidir el rumbo de la casa y aunque dicen que mi abuelo era bastante bravo, no sé qué pasó con el carácter de sus hijos hombres puesto que finalmente la abuela -quien ya murió- y ahora las hijas y las nueras son las que mandan.
En este apartado de mi blog, encontraran algunas historias que dan pistas de cómo es mi familia, cómo pensamos, que hacíamos o qué hacemos y todo esto alrededor de la buena mesa de las Mesa.
Los días de la madre
Como es sabido en Colombia se celebra todos los años en el mes de mayo, el día de la madre. Para la familia Mesa, al igual que para la mayoría de las familias, este día era todo un acontecimiento. Semanas antes las tías, primas mayores y nueras empezaban a hacer los preparativos de la reunión, que por supuesto tenía como sede la casa de la abuela. Como éramos tantos, la idea era que cada familia prepara un plato para compartir con los demás y así probar diferentes sazones; por ejemplo los Mesa Ochoa llevaban la ensalada, los Mesa Roldán llevaban las papas, los Morales Mesa una carne, los Ospina Mesa el postre, los Velásquez Mesa el pollo, los Mesa García el arroz y así hasta completar un almuerzo compuesto de varias carnes, postres, arroces, papas, tortas y ensaladas.
Llegar a la casa de la abuela era todo un desfile, no solo porque se llegaba con uno de los platos que conformarían el menú sino porque era un día para lucir bien. Recuerdo pensar con anticipación que ropa ponerme, decisión que podía cambiar varias veces en la semana hasta que según mi mamá terminaba poniéndome la ropa más fea.
Al igual que la comida, el Aguardiente antioqueño también era uno de los protagonistas; el problema era que los tíos y algunos yernos querían empezar a tomar desde las primeras horas de la mañana lo cual era impedido por sus mujeres y la abuela.
El día de la madre era un día para estar en familia, era un día para aguantar los regaños de las tías, gritando no corra, no coja, no haga, no diga, porque paradójicamente en mi familia las mujeres se sienten orgullosas de hablar muy duro y ser muy bravas; era un día para comer delicioso, disfrutar de un trío musical que por lo general llevaban los hombres de regalo en la noche, a todas las madres; era un día para aprender nuevas recetas y darle gusto a la abuela quien extrañamente no comía ninguno de estos platos sino que mandaba a hacer todos los años el mondongo a la tía Amparo.
Desde que era niña tengo un cuaderno en el cual he ido consignando algunas de estas recetas, lastimosamente la abuela ya no está y la familia ya no se reúne como antes, pero la buena sazón sigue estando presente en las mesas de la familia Mesa.
Alrededor de la Natilla
foto: Haciendo la Natilla en la finca
Por ejemplo, el 24 de diciembre, Merce -la empleada que ayudaba en la casa desde antes que yo naciera-, pelaba el coco y alistaba todos los ingredientes; mientras tanto los hombres iban armando el fogón de leña y tomando uno que otro aguardiente; Los niños jugaban, algunas tías miraban, otras hacían los buñuelos y la abuela tenía el poder y el conocimiento para dirigir a todos.
Cuando el fogón estaba listo y los ingredientes al calor, empezaba el desfile de familiares para revolver la natilla con el famoso mecedor... cómo dice la canción. Y meciendo y meciendo la natilla iba cogiendo el punto… ¿Qué cómo se sabe el punto? Preguntaban los nuevos en el tema. Esta tarea era la más importante de todas, y por supuesto responsabilidad de la abuela, quien en su silla, sentada sobre una de sus piernas, pedía un plato pequeño para depositar una muestrecita de natilla, la cual intentaba levantar del plato hasta que quedara completamente limpio; pero para que esto sucediera tenía que hacerse la famosa prueba unas siete veces.
En el momento preciso la abuela daba el punto, todos corríamos en busca de trapos para alzar la paila y salían con la natilla rumbo al lavadero. Allí las tías servían un plato tras otro, mientras que más de uno esperaba poder abalanzarse a la paila con la cuchara para raspar lo que allí quedaba.
Y después que problema… todos esos platos de natilla en la mesa de la familia Mesa y había que esperar a que se enfriara porque si no nos daba diarrea... decía la abuela
Con ganas de Miguelucho
foto: Maria mi prima y yo (Catalina) cuando eramos chiquitas
Me acuerdo que cuando era chiquita iba mucho a la casa de Maria mi prima y un día me ofreció del Miguelucho que había hecho Olga, su mamá. La primera vez me entregó una cuchara para que yo misma me sirviera; el problema fue que me serví tanto que nunca jamás me permitió volver a servirme y de ahí en adelante, para mi tristeza, fue ella la que me siguió sirviendo en una cucharita pequeña.
Postre de coco, el postre prohibido
Mi abuelita Maruja era fanática de la receta del postre coco. Por tal motivo Débora, la empleada de la cocina lo hacía exclusivamente para ella y lo guardaba con celo en la nevera de atrás para que nadie lo cogiera.
El problema era que el postre es tan bueno que era inevitable ir sigilosamente con una cuchara a la nevera y tratar de robar en un solo acto las cucharadas más grandes posibles sin ser descubierta por la furiosa cocinera o por alguna de las tías.
Estos robos por lo general sucedían cuando no había nadie en la cocina, o sea a la hora de la siesta; costumbre totalmente incorporada por la cocinera y por todos los miembros de la familia Mesa, incluyéndome a mí, quien sacrificaba esta preciada hora, con tal de comer a escondidas así fuera un poco de ese postre prohibido.